Por Luis Miguel Romero
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Los Parsis de la India, son una secta religiosa que sigue los preceptos de Zoroastro, aquel persa que emigró a la India en el siglo VIII, cuando los árabes conquistaron su país. Los primeros parsis se concentraron en Bombay al principio de la ocupación de ésta por los ingleses. En 1901, solo había unos 94,000 parsis en toda la India, la mayoría de los cuales se encontraban en esa región.
Zoroastro llevaba una vida de ermitaño en una montaña que explotó un día y fue destruido por las llamas todo lo que en ella existía. De esta hecatombe salió ileso y empezó a propagar una nueva religión de la que él se llamó profeta.
Tres de los preceptos fundamentales de su religión eran:
*Que al aire debía ser siempre puro
*Que el agua debía permanecer siempre limpia y pura
*Que la tierra debía conservarse pura; que no debía nunca contaminarse con impurezas de ninguna especie.
De acuerdo con este último precepto, el depositar en ella cadáveres era, decididamente, contaminarla, y esto no lo aceptaba la religión de Zoroastro. Había, por consiguiente, que buscar otra manera de disponer de los muertos.
Bombay, como se ha dicho, era el centro principal de los parsis, y al objeto de resolver este problema, construyeron las llamadas Torres del Silencio, que habían de desempeñar en parte las funciones de nuestros cementerios, pero solo en parte, como se verá.
Estas torres se construyeron en las faldas de elevadas colinas, bañadas por aire puro, y entre jardines muy bien cuidados. Eran estructuras cilíndricas de unos doce metros de diámetro por cuatro metros de altura. Formaban estas torres unas paredes gruesas de piedra que cerraban el área circular del recinto, el que quedaba abierto por arriba, esto es, sin techo.
El interior de la torre estaba dividido en tras anchas franjas circulares en cada una de las cuales había 24 recintos o departamentos separados por anchas paredes de piedra que permitían circular alrededor de ellos.
En los 24 recintos de la hilera exterior, se depositaban los cadáveres de los hombres; en la hilera siguiente, los de las mujeres, y en la del centro, o sea la más pequeña, los de los niños.
Veamos ahora cómo se llevaba a cabo la ceremonia de disponer del cadáver. Muerto el individuo, antes de prepararlo para sacarlo de la casa y después de terminar los deudos que lo rodeaban las oraciones de ritual, se traía un perro y se le enseñaba el cadáver (el perro es un animal sagrado entre los parsis). Una vez mostrado al perro el muerto, se envolvía a éste en una sábana blanca, inmaculada y se le colocaba en una especie de féretro metálico en forma de canal, abierto por ambos extremos, y entonces lo tomaban los portadores llamados Nasasalares, funcionarios que son de una casta especial, únicos que pueden desempeñar esta misión, trátese de quién se trate, sea rico o sea pobre el muerto.
Estos Nasasalares vestidos de puro blanco inmaculado, llevan el cadáver hasta la torre, seguidos por el séquito de los dolientes, quiénes no pueden acercarse a menos de diez metros, marchando todos en parejas y también vestidos de blanco puro. Los individuos que componen cada pareja van unidos por un pañuelo blanco del que cada uno sostiene una punta.
Al llegar a la entrada de la torre, dos de los Nasasalares toman el sarcófago y lo introducen por una única puerta muy estrecha que da acceso al interior. Cuando ya se va llegando a la torre, el séquito se separa y entran los deudos a unos recintos llamados Casas de rezo, y allí ruegan por que el espíritu del muerto llegue a salvo hasta el final de su destino, lo cual sucede al cuarto día de su muerte.
Los dos portadores del cadáver, solos, entran en la torre y lo depositan en el lugar que le corresponde, hecho lo cual le quitan la sábana que lo envuelve, dejándolo completamente desnudo.
Por lo general, cerca de estas torres hay siempre grandes árboles donde se posan cientos de buitres que, hambrientos, siempre están en espera de que les llegue la hora de saciar su apetito. Por eso apenas ven acercarse una de estas procesiones fúnebres, se suscita entre ellos una agitación profunda y empiezan a moverse intranquilos, yendo muchos de ellos a posarse sobre el muro de la torre.
Así que los portadores dejan solo al difunto. Los buitres hambrientos se disputan el cadáver, abalanzándose sobre él, y en menos de cinco minutos no dejan más que los huesos limpios de los que era un parsi.
Los compartimientos tienen en el fondo una especie de zanja por la que corren los líquidos que pudieran depositarse. Estas zanjas desembocan en unos tubos, los que a su vez vienen a dar a un pozo lleno de carbón vegetal, el cual hace las veces de filtro, suponiéndose que, al pasar por ellos los líquidos, salen ya purificados antes de seguir su curso hacía la tierra, su destino inmediato.
Al cabo de unos días, los huesos, por efectos del sol y la erosión del viento, quedan completamente blancos y son entonces depositados en el centro de la torre, el cual hace las veces de osario.
Esta práctica funeraria de los parsis, dejó de practicarse en la década de los 1970s, esto debido al riesgo sanitario que esto suponía pues, al crecer los asentamientos urbanos, estas torres quedaban muy cerca de la civilización. Los parsis han optado en tiempos modernos, en recurrir al entierro de los cuerpos, o bien, a la cremación.
Y aquí tenemos una de las maneras en que las aves rapaces ayudaban al hombre en forma directa a realizar esta necesaria, cuanto desagradable y lúgubre operación.
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