Por Luis Miguel Romero
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El hombre ha utilizado al elefante de muchas maneras: lo ha matado para aprovechar sus colmillos de rico marfil y su carne; lo ha hecho cautivo para ponerlo a trabajar acarreando maderas, arando campos de arroz, moviendo grandes pesos y llevando sobre sus lomos castillos para la guerra y lujosas carrozas para transportar majestuosamente reyes y príncipes; lo utilizó también para hacerlo luchar en circos contra otros elefantes, tigres, leones y hasta con los hombres mismos. Además, lo utilizó como verdugo ejecutor de sentencias capitales. Al delincuente, en la India, se le obligaba a colocar la cabeza sobre una piedra y se hacia que el elefante le pusiera una pata sobre ella; a una órden del mahout, debía dejar caer su peso sobre esta pata hasta destrozar la cabeza del infortunado reo.
Los elefantes, una vez domesticados, son muy dóciles e inteligentes y se encariñan con la persona que los cuida, así como resienten mucho cualquier mal trato que se les dé; son en estos casos, sumamente vengativos.
Se cuenta que uno de estos animales utilizado como verdugo, le tenía mucho cariño al mahout que lo cuidaba. Este, montado sobre su cabeza, le daba las órdenes para la ejecución de las sentencias. Parece que este mahout se unió a una revolución y fue hecho prisionero. Con otros compañeros, fue condenado a morir bajo la pata del elefante a quién él había cuidado siempre con cariño. Cuando el prisionero apareció en el patio de las ejecuciones y el elefante lo vio, se puso éste a temblar, no se sabe si de temor, de alegría o de pesar. El caso es que cuando le llegó el turno al mahout, este fue hasta la piedra y colocó su cabeza sobre ella. El nuevo mahout que entonces manejaba al elefante le dio, por medio de las señales usuales, instrucciones para que colocara la pata sobre la cabeza del reo. Esto lo hizo el elefante en seguida, pero con sumo cuidado, más, cuando recibió la otra señal para que le aplicara todo el peso de su pata a la cabeza del condenado, el elefante no se movió. Siguió el mahout repitiendo la señal, sin que el animal se moviera. Ante esta desobediencia, empezó a castigarlo y el elefante toleró todos los castigos durante un tiempo. Por fin, ya cansado, en un rápido movimiento, asió con la trompa cuidadosamente al reo y emprendió la carrera, llevándoselo hasta un bosque cercano, donde lo depositó suavemente en el suelo, para que pudiera escapar.
Son muchos los casos que se conocen en los que los elefantes han demostrado su inteligencia y cariño por quién los trata bien. Pocos animales hay tan amantes con sus hijos; la madre acaricia constantemente a sus crías y las defienden contra todos los peligros. No hay duda alguna de que estos grandes animales, los mayores de la tierra, son también de los más nobles y más inteligentes, dignos de que el hombre los hubiera tratado con menos crueldad y egoísmo.
La práctica de ejecución con elefantes también se practicó en regiones como Sri Lanka, Birmania y en el Imperio Mongol. En occidente, estos métodos de tortura también fueron aplicados por Alejandro Magno y en el Imperio Romano. En algunas regiones el método de aplastamiento de cabeza era sustituido por desmembramiento, aplastamiento de tórax o descuartizamiento con navajas colocadas en los colmillos del elefante. La práctica fue finalmente suprimida por los imperios europeos que colonizaron la región en los siglos XVIII y XIX.
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